jueves, 22 de abril de 2010

"Noches Blancas"

Fiódor Dostoyevski*

¿Entristecer con mi presencia su felicidad, ser un reproche, marchitar las flores que se puso en los cabellos para ir al altar? ¡Jamás, jamás! ¡Que su cielo sea sereno, que su sonrisa sea clara! Yo te bendigo por el instante de alegría que diste al transeúnte melancólico, extraño, solitario... ¡Dios mío! ¿Un instante de felicidad no es suficiente para toda una vida?

*Fiódor Mijáilovich Dostoyevski (Rusia, 1821-1881) Escritor, novelista.

jueves, 15 de abril de 2010

"Desde entonces no colecciono libros"

fragmento de una carta que Goran Bregovic* le escribió a Ernesto Sábato

La vida es lo suficientemente larga como para empezar de nuevo, pero no para armar una biblioteca dos veces.


*Goran Bregovic (Bosnia-Herzegovina, 1950) músico, compositor.

jueves, 8 de abril de 2010

"En Matilde"

de Papeles inesperados, Julio Cortázar*
A veces la gente no entiende la forma en que habla Matilde, pero a mí me parece muy clara.

-La oficina viene a las nueve -me dice- y por eso a las ocho y media mi departamento se me sale y la escalera me resbala rápido porque con los problemas del transporte no es fácil que la oficina llegue a tiempo. El ómnibus, por ejemplo, casi siempre el aire está vacío en la esquina, la calle pasa pronto porque yo la ayudo echándola atrás con los zapatos; por eso el tiempo no tiene que esperarme, siempre llego primero. Al final el desayuno se pone en fila para que el ómnibus abra la boca, se ve que le gusta saborearnos hasta el último. Igual que la oficina, con esa lengua cuadrada que va subiendo los bocados hasta el segundo y el tercer piso.

-Ah -digo yo, que soy tan elocuente.

-Por supuesto -dice Matilde-, los libros de contabilidad son lo peor, apenas me doy cuenta y ya salieron del cajón, la lapicera me salta a la mano y los números se apuran a ponérsele debajo, por más despacio que escriba siempre están ahí y la lapicera no se les escapa nunca. Le diré que todo eso me cansa bastante, de manera que siempre termino dejando que el ascensor me agarre (y le juro que no soy la única, muy al contrario), y me apuro a ir hacia la noche que a veces está muy lejos y no quiere venir. Menos mal que en el café de la esquina hay siempre algún sándwich que quiere metérseme en la mano, eso me da fuerzas para no pensar que después yo voy a ser el sándwich del ómnibus. Cuando el living de mi casa termina de empaquetarme y la ropa se va a las perchas y los cajones para dejarle el sitio a la bata de terciopelo que tanto me habrá estado esperando, la pobre, descubro que la cena le está diciendo algo a mi marido que se ha dejado atrapar por el sofá y las noticias que salen como bandadas de buitres del diario. En todo caso el arroz o la carne han tomado la delantera y no hay más que dejarlos entrar en las cacerolas, hasta que los platos deciden apoderarse de todo aunque poco les dura porque la comida termina siempre por subirse a nuestras bocas que entre tanto se han vaciado de las palabras atraídas por los oídos.

-Es toda una jornada -digo.

Matilde asiente; es tan buena que el asentimiento no tiene ninguna dificultad en habitarla, de ser feliz mientras está en Matilde.

 
(Cuento inédito, sin fecha).
*Jules Florencio Cortázar (Bélgica,1914 - Francia, 1984) escritor e intelectual argentino.

jueves, 1 de abril de 2010

"Sobre héroes y tumbas"

 Ernesto Sábato *

''Varias veces estuvo a punto de dejarse vencer y de ir a la boutique. Pero se detenía a tiempo, porque sabía que ha­cerlo era pesar un poco más sobre su vida, y (pensaba), por lo tanto, distanciarla todavía más; del mismo modo que el náufrago desesperado por la sed sobre su bote debe resistir la tentación de tomar agua salada, porque sabe que única­mente le acarreará una sed aun más insaciable. No, claro que no la llamaría. Tal vez lo que pasaba era que ya había cortado demasiado su libertad, había pesado excesivamente sobre ella; porque él se había lanzado, se había precipitado sobre Alejandra, impulsado por su soledad. Y acaso si le concedía toda la libertad era posible que volvieran los prime­ros tiempos.
Pero una convicción más profunda, aunque tácita, lo inclinaba a pensar que el tiempo de los seres humanos no vuelve nunca para atrás, que nada vuelve a ser lo que era antes y que cuando los sentimientos se deterioran o se trans­forman no hay milagro que los pueda restaurar en su cali­dad inicial: como una bandera que se va ensuciando y gas­tando (le había oído decir a Bruno). Pero su esperanza luchaba, pues, como pensaba Bruno, la esperanza no deja de luchar aunque la lucha esté condenada al fracaso, ya que, precisamente, la esperanza sólo surge en medio del infortunio y a causa de él. ¿Acaso alguien después podría darle a ello lo que él le había dado? ¿Su ternura, su com­prensión, su limitado amor? Pero en seguida la palabra "después" aumentaba su tristeza, porque le hacía imaginar un futuro en que ella no estaría más a su lado, un futuro en que otro ¡otro! le dirá palabras semejantes a las que él le había dicho y que ella había escuchado con ojos fervorosos en momentos que ya le parecían inverosímiles; ojos y mo­mentos que él había creído que serían eternamente para él, que permanecerían para siempre en su absoluta y conmo­vedora perfección, como la belleza de una estatua. Y ella y ese Otro cuya cara no podía imaginar andarían juntos por las mismas calles y lugares que había recorrido con Martín; mientras él ya no existiría para Alejandra, o apenas sería un recuerdo decreciente de pena y ternura, o acaso de fas­tidio o comicidad. Y luego se empeñaba en imaginarla en momentos de pasión, pronunciando las palabras secretas que se dicen en esos momentos, cuando el mundo entero y también y sobre todo él, Martín, quedan horrorosamente excluidos, fuera del cuarto en que están sus cuerpos des­nudos y sus gemidos; entonces Martín corría a un teléfono, diciéndose que después de todo bastaba discar seis núme­ros para oír su voz. Pero ya antes de terminar el llamado lo interrumpía, porque tenía ya la suficiente experiencia para comprender que se puede estar al lado de otro ser, oírlo y tocarlo, y no obstante estar separado por murallas insalva­bles; así como una vez muertos, nuestros espíritus pueden estar cerca de aquel que quisimos y sin embargo, separa­dos angustiosamente por la muralla invisible pero insalva­ble que para siempre impide a los muertos tener comunión con el mundo de los vivos.''


*Ernesto Sábato (Argentina, 1911) escritor, ensayista y físico